Susana despertó por el ruido de la perilla de la puerta, Juan entró a la habitación de puntitas tratando de no hacer ruido, ella fingió no escuchar nada y permaneció enredada en las cobijas con los ojos cerrados.
En la otra recamara dormía Manuelito, era la viva imagen de Susana, sin embargo tenía el mismo carácter agrio de su padre.
Juan se bañó, volvió a ponerse sus botas negras, se colocó la pistola nueve milímetros en la funda que usaba en el cinturón y le dijo a Susana que volvería al trabajo –Falta uno de los guardias, si lo cubro me lo pagan triple-
Ella nunca imaginó que su vida se convertiría en una sucesión interminable de turnos de guardia. El día que se casó lo hizo convencida de que al lado de Juan Manuel le esperaba una vida llena de felicidad, sin embargo las cosas habían sucedido demasiado pronto.
Recién casados vivían en una casita alquilada en el barrio de San Cosme, no era muy grande pero el trabajo quedaba muy cerca, Susana era empleada de una panadería y Juan era escolta de un empresario dueño de una cadena de bares. Él trabajaba para una empresa privada de seguridad, no había pasado ni un mes de su boda cuando lo mandaron llamar para decirle que su crédito había sido aprobado, al fin tendría una casa propia.
Se trataba de una vivienda de interés social de 50 metros cuadrados, con una sala comedor, cocina, baño y dos pequeñas recámaras donde apenas cabía una cama. Cuando Susana vio su nuevo hogar por primera vez apenas pudo creer que les tomaría treinta años pagar por ese lugar, estaba en un municipio del que jamás había oído. Ahora vivía lejos de su trabajo y de su familia, con el paso de los días se dio cuenta de que gastaba en pasajes más de la mitad de su sueldo en la panadería por lo cual decidió buscar un trabajo cerca de casa.
La búsqueda no tuvo éxito, no tanto por falta de empleos sino porque el día que fue a su tercera entrevista tuvo un fuerte mareo mientras iba en el colectivo de regreso a casa, un par de días más tarde supo que estaba embarazada.
Juan Manuel cambió su puesto como escolta por uno de vigilante nocturno en el cual le pagarían más simplemente por tener permiso para portar armas, la fábrica que resguardaría había sufrido muchos robos y necesitaban alguien armado que pudiera perseguir maleantes en la calle.
Susana pasaba los días en casa cuidando que su hijo Manuelito no hiciera ruido mientras Juan dormía; por las noches dormía sola mientras él se iba a trabajar y mientras su hijo descansaba en la recamara de junto, sin saber que para su madre cada día se convertía en eslabón de una cadena que llevaba casi nueve años forjando, una cadena que ese día se tornó demasiado pesada.
Eran las 7:45 de la mañana cuando Juan salió de la casa con Manuelito de la mano, lo dejaría en la escuela y luego iría a la fábrica, una vez más a rolar turnos, una vez más sin dormir siquiera una hora.
Susana lavaba los trastes del desayuno cuando se percató de que había una nota sobre la mesa, era de Juan “le aparté el nintendo al niño, te dejé el dinero para liquidarlo en el clóset, te deje otros 300 pesos, pagas el gas”.
Delante del espejo pegado en la puerta del clóset contó el dinero una y otra vez, eran dos mil trescientos pesos, lo suficiente para irse, pagar el alquiler de un mes de un lugar en alguna colonia lejos y olvidarse de su casa, de los turnos de 12 por 12 y de su hijo al cual pese haber pasado ocho años cuidando día a día, no lograba querer de manera sincera.
Se miró al espejo, a sus 31 conservaba su silueta delgada y su rostro de niña que ahora tenía una expresión permanente de cansancio, tomó una valija e introdujo algo de su ropa, una vez que su equipaje quedó listo se dio a la tarea de limpiar la casa y preparar comida suficiente para que Juan y Manuelito comieran al menos un par de días. Manuelito llegó de la escuela y entró directamente a su recámara sin saludar.
Cuando el niño cerró la puerta algo se rompió dentro de Susana. Se metió a bañar, bajo la ducha lo pensó una vez más pero la idea de quedarse se le escurrió de la cabeza de la misma manera que lo hacía la espuma del shampoo.
Se vistió y fue a la recámara de su hijo, lo encontró jugando con un videojuego portátil, trató de quitárselo para poder improvisar una despedida, pero no logró acercarse, el niño salió de la habitación son los ojos fijos en la pantalla del artefacto esquivando a su madre como si se tratara de un bulto inanimado. –Voy a salir- le dijo Susana.
Puso el dinero en un morralito que se colgó al cuello, tomó la valija y salió de la recámara, cuando estaba en la sala la puerta se abrió y entró Juan. La miró sorprendido y le preguntó que a dónde iba.
- Me voy, me tengo que ir… al menos un tiempo
Empezaron una discusión que duró un par de horas. En su recámara Manuelito jugaba enajenado con su videojuego hasta que escuchó decir a su padre algo que jamás olvidaría.
Juan Manuel se enfureció al escuchar la razones de Susana, no comprendía la manera en la que tiraba por la borda todos los años que llevaban juntos, el esfuerzo que él había hecho para mantenerlos a ella y a Manuelito y el esfuerzo que hacía cada noche para irse a trabajar.
Era incapaz de comprender, no habría entendido nunca la sensación de vacío que tenía Susana cada día al ver que convivía con dos extraños que parecían negarse a dirigirle la palabra. Sus horarios estaban desfasados, la única forma en que veía a su marido era mientras este dormía después de trabajar y su hijo dedicaba su tiempo a apretar botones y ascender niveles.
Era la gota que derramaba el vaso, Juan podía escuchar que su mujer se quejara de su indiferencia, pero no que utilizara al niño como excusa para largarse.
- Si te vas, te mato- y le apuntó con la nueve milímetros
Susana lo miró desconcertada, tomó a valija y le dio la espalda, acto seguido sonó un disparo.
La bala atravesó la nuca de Susana de atrás hacía adelante deformando su rostro de niña y esparciendo sangre por el sillón color beige que apenas cabía en la sala comedor. Manuelito contempló la escena desde la puerta de su recámara y cuando vio a su madre tendida en el suelo se aproximó, su papá lo tomo del brazo y lo llevó a su recámara no sin antes tomar el morral que Susana traía en el cuello.
- no le digas a nadie que fui yo, lo hice por los dos, ahorita voy a ir a comprarte tu nintendo
Le mostró el dinero que había dentro del morral, el niño se quedó inmóvil mientras unas gotas de sudor frío le recorrían la frente.
Juan Manuel salió de la casa y se dirigió a la fábrica, como si se tratara de cualquier otra noche.
Cuando al fin pudo moverse, Manuelito se acerco al cuerpo sin vida de su madre, la abrazó y le susurró al oído “Te quiero mucho mamita, ya no quiero el nintendo”, mientras las lágrimas se le escurrían del rostro y caían en el espeso charco de sangre.
Junto al teléfono estaba una tarjeta con los números de emergencia que Susana tenía a la mano para reportar inundaciones a los bomberos, ahí estaba el número de la policía. El niño tomó el teléfono y marcó pidiendo que lo ayudaran.
Un par de uniformados en una patrulla llegaron hasta la fábrica donde Juan trabajaba, lo encontraron con los ojos inyectados de sangre a causa del sueño, le pidieron que los acompañara, tenía que rendir declaración acerca del asesinato de Susana. Su hijo lo había delatado.
Sin oponer resistencia Juan subió al asiento trasero de la patrulla, una vez ahí recargó la cabeza en el cristal de la ventanilla, cerró los ojos y se quedó dormido.
1 comment:
Me encanta mucho muchisímo!
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