Sunday, October 28, 2007

Rostros de la ciudad: Isabel y Brenda

Soledad acompañada

No deberías desconectarte, esto se está poniendo… ok ni hablar…, Elena cerro su laptop, se puso los zapatos, unos zapatos morados de agujetas que su padre no tardó en calificar como zapatos de payaso, se puso una blusa limpia y miró por la ventana, afuera estaba frío, en la calle no había ni un alma.

La soledad se acentúa con el frío y el trip hop; mientras cantaba Wondering Star de Portishead se dibujaba una línea negra en el contorno de los ojos, había decidido que era hora de salir.

El concreto frío de las banquetas era mejor que el cibersexo en casa, Tomo su abrigo gris y la bufanda de bolitas que su abuela le había comprado cuando niña, abrió la puerta y por un segundo sintió muchas ganas de volver y meterse en la cama debajo de muchas cobijas, pero sonó el celular, “Dany Glamour”, era su amiga Daniela para avisarle de una fiesta en el centro.

“Estoy en la casa, me voy a tardar en llegar”, colgó el teléfono y se apresuró a la parada, casi no había autos en la avenida ni mucho menos transporte público. El temblor en los labios y la nariz adormecida la hizo sentirse como si se tratara de una mañana de año nuevo, la diferencia era que faltaban un par de meses para el año nuevo y que no era de mañana, eran las cinco de la tarde y ni rastros del sol, ni rastros de una combi, ni rastros de una sonrisa conocida.

El celular vibró, era un mensaje de Dany Glamour “nos vamos a mover para el sur a casa de un wey, llegas a metro CU y me marcas para que vayamos por ti”, guardó el celular en la bolsa del abrigo y se puso a caminar sobre la avenida desierta.

Era hora de decidir, las alternativas eran: 1- esperar indefinidamente un autobús que la condujera a algún metro, iniciar una travesía de más de una hora por varías líneas y llegar a una fiesta en la que no conocía más que a su amiga Daniela. 2- Regresar a su casa, entrar a la cocina, tomar cualquier cosa del refrigerador y subir a su recámara a ver si su ciberamante seguía conectado. Se detuvo en seco, miró un parque que con el atardecer semejaba el escenario de un programa de terror barato, aun así se aproximo.

Había una banca de hierro en la que estaban sentadas un par de viejecitas, las dos ataviadas con abrigos, faldas, medias gruesas , bufanda y guantes, las dos parecían sacadas de la etiqueta de algún chocolate de mesa. Elena se sentó en la misma banca, solía hacer ese tipo de cosas con la intención de perturbar, su cabello azul eléctrico, sus zapatos morados a juego con sus labios resultaban siempre un elemento incómodo, las dos señoras eran el blanco perfecto.

Pasaron algunos segundos en silencio, “Eva, hasta la niña te va a decir que estás mal, uno se tiene que checar ese tipo de cosas”, Elena frunció el ceño, estaba a punto de levantarse cuando una de las ancianas se dirigió a ella “¿hija tu crees que si de repente te falta el aire debes ir a al doctor para ver que tienes?”, Elena contestó que sí y se levantó, la anciana la tomó del brazo, “ves Eva, no hija , no te vayas, esta vieja necia necesita que alguien más le diga que tiene que ir al doctor”

Elena sonrió y volvió a sentarse, las ancianas siguieron discutiendo y preguntando cosas a las que Elena contestaba con monosílabos y sonrisas, así pasaron varios temas, que si la falta de aire de Eva, que si las hijas de Emilia (la otra señora), que si esto, que si lo otro, las tres en una charla que se extendió hasta que se encendieron las luces de alumbrado público.

Emilia dijo que ya era hora de regresar a su casa a darle de cenar a su viejo, Eva dijo que ya era muy tarde, las tres se levantaron y a paso lento llegaron a la avenida, ahí Elena miró el reloj de su celular, y vio que apenas eran las 8, igual y le daba tiempo de llegar a la fiesta, “el celular es uno de los males de la juventud, muchos jóvenes se van a queda artríticos por andar mensaje que mensaje”, Elena sonrió y guardo el teléfono, paso un taxi y Emilia le hizo la parada “súbete hija, te llevamos a tu casa, tus papás han de estar preocupados de que andes afuera tan tarde”.

Subieron al taxi, todo el trayecto Elena llevaba una sonrisa en el rostro, esta vez habían incluido al taxista en el debate de cómo se hacía el mole de olla, el hombre no tenía idea pero les seguía la plática con monosílabos, era una discusión de cuatro en donde solo dos tenían la palabra, era un cuadro divertido para todos.

El auto dio vuelta en la calle donde vivía Elena, ella les indicó cual era su casa y el taxi se orilló “nos vemos hija, cuídate mucho”, “a ver si nos vemos después, me tienes que decir dónde te compraste tus zapatos, están bien bonitos pareces muñequita con tu pelo azul y tus zapatos lilitas”.

Regresó al taxi y se despidió de beso de ambas, dio las buenas noches al taxista y desde afuera se despidió con la mano, se quedo en la banqueta mientras el auto se alejaba, y entró a su casa.

Su padre estaba sentado a la mesa con una caja de pizza y un vaso de leche “¿no ibas a salir?” , ella fue a la cocina por un plato y un vaso “hace frío”, Se sentó frente a su padre, tomo un pedazo de pizza de la caja y se sirvió un poco de leche. Los dos hacían los mismos ademanes al comer, era como una rutina sincronizada, se descubrieron tomando la pizza y mordiéndola al mismo tiempo, se rieron.

Se fueron a la sala y encendieron la televisión, “¿quién te trajo?”, “unas amigas”, “deberías tener más amigas de esas que te traigan más temprano”, Elena sonrió y se acurrucó al lado de su padre, “si verdad”.

Saturday, October 13, 2007

El teatro de la cotidianidad

Ella está despierta recostada boca arriba con las manos y la sábana sobre el pecho y enciende la luz, él pretende abrazarla pero solo lo hace para alcanzar la lámpara y la apaga, ella no ha dormido nada en toda la noche él tiene la voz encamorrada

A: no es insomnio, si lo fuera, no podrías dormir nunca y los sábados tienes sueño todo el día (la mira con rencor)

B: a lo mejor se me junta el sueño de todos los días, el cansancio de vivir aquí, el ruido, además dormir a tu lado no es fácil (ella se cubre el pecho con la sábana y mantiene las manos sobre su pecho)

A: dormir en la misma casa que tú tampoco es fácil y menos si empiezas con tus chingaderas del insomnio (se voltea y se acomoda para dormir)

B: ( lo agita)oye, pagaste la renta?, hoy vino doña laura, le dije que tú se la ibas a llevar

A: ya duérmete con una chingada, pareciera que mañana no te tienes que levantar (él pone una almohada alrededor de la cabeza como para taparse los oídos)

B: OH, pues no puedo (le quita la almohada y se la acomoda para que vuelva a dormir)

A: entonces déjame dormir a mí (se acomodan ambos como al principio)

B: antes no te molestaba que te despertara o que no te dejara dormir ( se sienta en la cama)

A: (se levanta toma el reloj y se lo enseña)antes era antes y ahorita son las 2 de la mañana y tengo un chingo de cosas que hacer mañana en el trabajo, como si no supieras (se recuesta se acomoda de lado y se cubre totalmente con la sabana)

B: ya sólo piensas en trabajo (sentada de espaldas, se vuelve a recostar con las manos y la sabana sobre el pecho)

A: si no trabajo nos morimos de hambre, tu trabajo de adorno no da para mucho (desde debajo de la sabana)

B: mi trabajo de adorno (da vuelta en la cama y enciende la luz), ¿mi trabajo de adorno?

A: que apagues la pinche luz carajo, Dora, mañana me tengo parar, me quiero dormir yo no tengo la culpa de tu maldito insomnio (da la vuelta desconecta la lámpara y se acomoda para dormir)

B: no es insomnio, solo me quede sin nada que soñar.

Nota roja

Susana despertó por el ruido de la perilla de la puerta, Juan entró a la habitación de puntitas tratando de no hacer ruido, ella fingió no escuchar nada y permaneció enredada en las cobijas con los ojos cerrados.

En la otra recamara dormía Manuelito, era la viva imagen de Susana, sin embargo tenía el mismo carácter agrio de su padre.

Juan se bañó, volvió a ponerse sus botas negras, se colocó la pistola nueve milímetros en la funda que usaba en el cinturón y le dijo a Susana que volvería al trabajo –Falta uno de los guardias, si lo cubro me lo pagan triple-

Ella nunca imaginó que su vida se convertiría en una sucesión interminable de turnos de guardia. El día que se casó lo hizo convencida de que al lado de Juan Manuel le esperaba una vida llena de felicidad, sin embargo las cosas habían sucedido demasiado pronto.

Recién casados vivían en una casita alquilada en el barrio de San Cosme, no era muy grande pero el trabajo quedaba muy cerca, Susana era empleada de una panadería y Juan era escolta de un empresario dueño de una cadena de bares. Él trabajaba para una empresa privada de seguridad, no había pasado ni un mes de su boda cuando lo mandaron llamar para decirle que su crédito había sido aprobado, al fin tendría una casa propia.

Se trataba de una vivienda de interés social de 50 metros cuadrados, con una sala comedor, cocina, baño y dos pequeñas recámaras donde apenas cabía una cama. Cuando Susana vio su nuevo hogar por primera vez apenas pudo creer que les tomaría treinta años pagar por ese lugar, estaba en un municipio del que jamás había oído. Ahora vivía lejos de su trabajo y de su familia, con el paso de los días se dio cuenta de que gastaba en pasajes más de la mitad de su sueldo en la panadería por lo cual decidió buscar un trabajo cerca de casa.

La búsqueda no tuvo éxito, no tanto por falta de empleos sino porque el día que fue a su tercera entrevista tuvo un fuerte mareo mientras iba en el colectivo de regreso a casa, un par de días más tarde supo que estaba embarazada.

Juan Manuel cambió su puesto como escolta por uno de vigilante nocturno en el cual le pagarían más simplemente por tener permiso para portar armas, la fábrica que resguardaría había sufrido muchos robos y necesitaban alguien armado que pudiera perseguir maleantes en la calle.

Susana pasaba los días en casa cuidando que su hijo Manuelito no hiciera ruido mientras Juan dormía; por las noches dormía sola mientras él se iba a trabajar y mientras su hijo descansaba en la recamara de junto, sin saber que para su madre cada día se convertía en eslabón de una cadena que llevaba casi nueve años forjando, una cadena que ese día se tornó demasiado pesada.

Eran las 7:45 de la mañana cuando Juan salió de la casa con Manuelito de la mano, lo dejaría en la escuela y luego iría a la fábrica, una vez más a rolar turnos, una vez más sin dormir siquiera una hora.

Susana lavaba los trastes del desayuno cuando se percató de que había una nota sobre la mesa, era de Juan “le aparté el nintendo al niño, te dejé el dinero para liquidarlo en el clóset, te deje otros 300 pesos, pagas el gas”.

Delante del espejo pegado en la puerta del clóset contó el dinero una y otra vez, eran dos mil trescientos pesos, lo suficiente para irse, pagar el alquiler de un mes de un lugar en alguna colonia lejos y olvidarse de su casa, de los turnos de 12 por 12 y de su hijo al cual pese haber pasado ocho años cuidando día a día, no lograba querer de manera sincera.

Se miró al espejo, a sus 31 conservaba su silueta delgada y su rostro de niña que ahora tenía una expresión permanente de cansancio, tomó una valija e introdujo algo de su ropa, una vez que su equipaje quedó listo se dio a la tarea de limpiar la casa y preparar comida suficiente para que Juan y Manuelito comieran al menos un par de días. Manuelito llegó de la escuela y entró directamente a su recámara sin saludar.

Cuando el niño cerró la puerta algo se rompió dentro de Susana. Se metió a bañar, bajo la ducha lo pensó una vez más pero la idea de quedarse se le escurrió de la cabeza de la misma manera que lo hacía la espuma del shampoo.

Se vistió y fue a la recámara de su hijo, lo encontró jugando con un videojuego portátil, trató de quitárselo para poder improvisar una despedida, pero no logró acercarse, el niño salió de la habitación son los ojos fijos en la pantalla del artefacto esquivando a su madre como si se tratara de un bulto inanimado. –Voy a salir- le dijo Susana.

Puso el dinero en un morralito que se colgó al cuello, tomó la valija y salió de la recámara, cuando estaba en la sala la puerta se abrió y entró Juan. La miró sorprendido y le preguntó que a dónde iba.

- Me voy, me tengo que ir… al menos un tiempo

Empezaron una discusión que duró un par de horas. En su recámara Manuelito jugaba enajenado con su videojuego hasta que escuchó decir a su padre algo que jamás olvidaría.

Juan Manuel se enfureció al escuchar la razones de Susana, no comprendía la manera en la que tiraba por la borda todos los años que llevaban juntos, el esfuerzo que él había hecho para mantenerlos a ella y a Manuelito y el esfuerzo que hacía cada noche para irse a trabajar.

Era incapaz de comprender, no habría entendido nunca la sensación de vacío que tenía Susana cada día al ver que convivía con dos extraños que parecían negarse a dirigirle la palabra. Sus horarios estaban desfasados, la única forma en que veía a su marido era mientras este dormía después de trabajar y su hijo dedicaba su tiempo a apretar botones y ascender niveles.

Era la gota que derramaba el vaso, Juan podía escuchar que su mujer se quejara de su indiferencia, pero no que utilizara al niño como excusa para largarse.

- Si te vas, te mato- y le apuntó con la nueve milímetros

Susana lo miró desconcertada, tomó a valija y le dio la espalda, acto seguido sonó un disparo.

La bala atravesó la nuca de Susana de atrás hacía adelante deformando su rostro de niña y esparciendo sangre por el sillón color beige que apenas cabía en la sala comedor. Manuelito contempló la escena desde la puerta de su recámara y cuando vio a su madre tendida en el suelo se aproximó, su papá lo tomo del brazo y lo llevó a su recámara no sin antes tomar el morral que Susana traía en el cuello.

- no le digas a nadie que fui yo, lo hice por los dos, ahorita voy a ir a comprarte tu nintendo

Le mostró el dinero que había dentro del morral, el niño se quedó inmóvil mientras unas gotas de sudor frío le recorrían la frente.

Juan Manuel salió de la casa y se dirigió a la fábrica, como si se tratara de cualquier otra noche.

Cuando al fin pudo moverse, Manuelito se acerco al cuerpo sin vida de su madre, la abrazó y le susurró al oído “Te quiero mucho mamita, ya no quiero el nintendo”, mientras las lágrimas se le escurrían del rostro y caían en el espeso charco de sangre.

Junto al teléfono estaba una tarjeta con los números de emergencia que Susana tenía a la mano para reportar inundaciones a los bomberos, ahí estaba el número de la policía. El niño tomó el teléfono y marcó pidiendo que lo ayudaran.

Un par de uniformados en una patrulla llegaron hasta la fábrica donde Juan trabajaba, lo encontraron con los ojos inyectados de sangre a causa del sueño, le pidieron que los acompañara, tenía que rendir declaración acerca del asesinato de Susana. Su hijo lo había delatado.

Sin oponer resistencia Juan subió al asiento trasero de la patrulla, una vez ahí recargó la cabeza en el cristal de la ventanilla, cerró los ojos y se quedó dormido.