Wednesday, January 31, 2007

Latidos

Para Gerardo y sus sonrisas amargas

La primera vez que la vio él tenia la boca seca y el aliento helado, era sábado por la tarde, hacía dos horas que había despertado en casa de su amigo Juan, sus ojos estaban irritados y lo único que quería era que el metro llegara y se lo llevara a otra parte, ella tenía prisa por llegar a ver su hermano al metro camarones, venia corriendo, se detuvo ante la orilla del andén y lo miro por primera vez del otro lado de las vías, estaba vestida con el uniforme del trabajo, una graciosa bata con la que cobraba a los clientes de la panadería, su aspecto era de maestra de preescolar, su cara redonda con sus ojos pequeños y brillantes. Ernesto no pudo sino contemplarla fijamente, llegó el tren anaranjado y tras el timbre que indicaba el cierre de puertas se marchó, pero él seguía ahí impávido, el tren con dirección al rosario aun no llegaba y ella seguía ahí con su gesto de niña tierna, esta vez le sonrió al ver que no se había ido, él agachó el rostro, sin duda se sentía apenado, se sonrojó, ella lo miró con detenimiento, hacía mucho que nadie lo contemplaba tan cálidamente.

En un instante la vista de Ernesto se nubló por el relámpago anaranjado, esta vez seguramente ella se iría, la quietud trajo consigo la imagen de un vagón bastante lleno, no pudo ver si ella había subido o dónde se había sentado.

Y el tren de su lado llegó por segunda vez, él subió y a través de la ventana la vio del otro lado, ella no había subido, y lo miraba con una sonrisa dibujada en su cara de niña, inmediatamente bajó y ambos trenes se fueron dejando tras de sí un eco parecido al sonido del silencio, y ahí estaban, ella tenia el rostro coloreado de rojo y el tenia una sonrisa a punto de escarpase de sus labios, ambos estaban nerviosos, ella volteaba hacía ambos lados del anden tratando de adivinar quién sería el primero en irse.

Él no sabía si correr o decirle algo antes, la decisión estaba a punto de taladrarle las sienes que latían rápidamente, ella permanecía inmóvil con su sonrisa. Ernesto trató de gritarle que lo esperara pero se dio cuenta de que los nervios no lo dejarían pronunciar ni una palabra, ella lo miraba esperando que le dijera algo, él no lo hizo se dio la media vuelta y sonrió, el sonreír frente a ella le habría dado aun más pena, y volteo, ella lo miraba con un gesto de interrogación, así que él volvió a darle la espalda y comenzó a correr para llegar al otro lado, no le dijo nada.

Mientras subía las escaleras que lo conducirían al otro lado, su corazón latía tan fuerte que no lo dejó escuchar el murmullo del gigante anaranjado que llegaba arrastrándose por las vías con dirección al rosario, llegó al andén desde donde ella lo había estado observando y la vio del otro lado del cristal, dentro del vagón que cerraba sus puertas.

Ernesto estuvo parado un rato, nunca olvidaría la sonrisa de aquella extraña de ojitos brillantes y rostro de niña, ni el gesto que hizo al verlo llegar al andén. Pensaba que quizá ella creyó que se había ido o tal vez le dio miedo y simplemente se fue, él se quedo con su sonrisa amarga recordando ese rostro y pensando que habría sido bonito conocer a esa mujer y enamorarse, pensó también en esperar para ver si ella regresaba pero la idea le ocasionaba un extraño nerviosismo y no era miedo a que ella no regresara, sino miedo a que lo hiciera.