Eran las cinco de la tarde, en San José aún hacía un calor delicioso para pasear por la plaza, pero el aire acondicionado de su oficina hacía que pasar saliva se convirtiera en una tarea difícil, él no lo sabía pero los informes de ventas y las interminables llamadas a los proveedores no lo habían dejado darse cuenta que tenía una terrible infección en la garganta.
Llamó a Silvia y le pidió un vaso con agua tibia. Miraba detenidamente la pantalla y no se percató que la voz al otro lado del teléfono no era la de su asistente de 60 años.
Una joven entró a la oficina con una charola y el vaso de agua, tenía la piel radiante, fresca usaba un vestido que le quedaba considerablemente grande, a leguas se notaba que era de una talla errónea, le llegaba un poco por encima de las rodillas que tenían unas marcadas cicatrices.
Brandon se sorprendió, primero porque esperaba el reclamo de Silvia por no haber pedido aún nada para comer y luego porque la chica en el marco de la puerta le resultaba familiar.
Recordó su viaje a México, la sonrisa de Virginia y sus rodillas con cicatrices.
“Creo que siempre fui la niña que corría sin miedo a caerse”, le dijo ella por primera vez cuando lo conoció.
Trataba de hacerle la plática en el avión mientras lo ignoraba categóricamente; cuando él se quedo callado y empezó a prestar atención en sus rodillas, ella soltó la frase para romper el hielo.
No se separarían en la semana siguiente. Todo era producto de una casualidad, él iba la ciudad de México de trabajo y había tenido que cambiar de avión en Tuxtla, donde ella tomó el avión de regreso de una práctica escolar.
Nunca se juraron amor eterno, ni hubo promesas para hacer una vida juntos, pero había implícito el compromiso de encontrarse nuevamente para no volver a separarse.
Cuando el viaje de Brandon terminó, ella se quedó llorando en el aeropuerto durante horas y él regresó a San José.
La mujer en la oficina dijo ser la hija menor de Silvia, supliría a su madre porque ésta se había caído y tenía un brazo lastimado. Brandon preguntó por las cicatrices y ella pareció enfadarse, contestó con una mueca y un par de palabras entrecortadas “cosas de la infancia”, en eso no se parecía a Virginia.
Hacía dos años que el teléfono había sonado en una tarde como esa, era una voz con un acento inolvidable, “¿qué me dirías si te digo que estoy en San José?”.
Fue por ella al aeropuerto, no podía creer que hubiera viajado tres mil kilómetros sólo para verlo.
Por su maleta liviana supo que no se quedaría mucho tiempo, no le importó, la tomó entre sus brazos y la llevó a su casa donde pasaron toda la noche abrazados, platicando con la piel y los suspiros, reconociéndose sin decir palabras.
La llevó a conocer el país, caminaron entre nubes en el Poas, bebieron interminables tazas de café en las fincas de cultivo orgánico, pasearon por la playa y comieron gallo pinto hasta hartarse.
Platicaban sin decir nada relevante, ella no mencionó que había abandonado su carrera y no sabía si se quedaría, él no se preocupó por ponerla al tanto de la relación que había iniciado con Ana.
Luego de un año sin saber nada uno del otro llegó la pregunta inevitable: “¿y… ya te conseguiste una novia?”.
Él nunca había dicho mentiras, era un hombre del campo al que no le gustaba decir nada que no fuera cierto, algunas veces cometía omisiones, pero no podía evadir una interrogante tan directa.
A Virginia se le llenaron los ojos de lágrimas que se negaban a soltársele de entre las pestañas. Brandon alegó que había pasado mucho tiempo, que su trabajo era muy absorbente, que Ana era una persona muy parecida a él, que México siempre quedaría muy lejos y lo había devorado la duda sobre si algún día uno de los dos podría dejarlo todo.
“Usted no lo dejaría todo por mi, esa maleta no pesa, no trae ahí sus recuerdos ni sus ganas de quedarse acá, ¿usted cree que lo de nosotros iba a durar por siempre?”
Ella se quedó callada toda la tarde, como asaltada por un susto que no se le quitaba de la cara, por la noche le pidió que la llevara de regreso al aeropuerto, no quería verlo más.
Antes de bajar del coche Virginia contestó que si, que todo el tiempo había esperado que su relación durara por siempre, lo dijo desde el alma con un grito ahogado que apenas se escuchó. Brandon sabía que tenía razón, lo supo en ese momento y lo supo un par de años después cuando se sorprendió extrañando su risa y sus cicatrices en las rodillas.
1 comment:
vaya... que tal relato!
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