Sunday, January 06, 2008

Aura frente al espejo

Traía una bolsa colgada al hombro, se miraba al espejo como si no se reconociera; el cabello planchado, las nalgas levantadas y las lonjitas escondidas tras una faja que le había costado mil quinientos pesos, el equivalente a una quincena del sueldo de su primer trabajo.

Ahora las cosas eran distintas, su sueldo se había multiplicado y ya no andaba a prisa todo el tiempo, se sentía bien de cumplir en casa con sus padres, nunca olvidaría el día en que le dijo a su padre que desde ese momento se encargaría de la mensualidad de su automóvil.

Estaba a punto de salir cuando recordó que le faltaban unos aretes para completar el ajuar, abrió un pequeño cajón de su ropero de donde saco dos discretas perlas a juego con el vestido negro, se las puso frente al espejo y se sintió muy feliz de lucir como una modelo cuando la ocasión era una simple cena con las compañeras de la universidad, se irían de espaldas en cuanto la vieran.

Antes de cerrar el cajón, vio una pulsera en el fondo, un enredijo de chaquiras de colores que trataban de imitar la figura de Quetzalpalotl, los recuerdos le invadieron la mente, el último semestre de la carrera cuando decidió salir de su casa para ir a vivir con sus amigas de la escuela, Margarita y Ana María. Decidieron trabajar por primera vez, costearse la vida y después de dos meses, decidieron regresar cada una a su casa, la vida afuera era muy difícil.

Lo único que le había quedado de ese tiempo era la pulsera, ante la desesperación de no conseguir un trabajo acorde a sus aspiraciones, Margarita había recurrido a tejer accesorios de chaquira y venderlos en la facultad, la primera pulsera que tejió era la que ahora sostenía Aura entre las manos.

Las ventas eran malas, pero era preferible vender algo así que vender la ideología que habían sostenido toda la carrera, la conciencia social sobre todo, la libertad, la justicia, términos que en esos tiempos parecían inquebrantables.

Tuvieron oportunidad de trabajar pero se sentían que las ofertas coartaban su libre pensamiento y sus convicciones, era mejor concentrarse en la carrera. Ana María, Margarita y Aura se graduaron juntas, pasaron meses que se convirtieron en años y un día por mera casualidad Aura se encontró a Ana María, se pusieron de acuerdo y avisaron a Margarita que se verían para tomar un café.

Miró sus ojos a través del espejo, tenía pequeñas arrugas alrededor de los párpados, detrás de ella se reflejaba su cama, la misma cama en que había soñado ser independiente algún día, la misma cama que se encontraba en su recámara, en casa de sus padres.

Se puso la pulsera y se la quitó deprisa, llevarla puesta implicaría la obligación de explicar la contrariedad, de qué manera les explicaría a sus “camaradas” que ahora daba clases en una universidad particular que se pasaba por el arco del triunfo la libertad de cátedra, y que le imponía como regla inmutable aprobar a todos los alumnos que habían pagado puntualmente la colegiatura sin importar si habían aprobado o no, a cambio, recibía puntualmente cada mes un cheque con cuatro ceros que le callaban la boca a su conciencia.

Volteó hacía su escritorio, sobre de él estaba su computadora portátil de última generación y la foto de generación de sus alumnos en la que ella aparecía con el cabello recogido en un moño y un vestido gris poco ceñido y con poca gracia, al igual que una sonrisa fingida e hipócrita que le adornaba el rostro, nada que ver con las blusas bordadas, las trencitas de colores y las carcajadas de su propia foto de graduación.

-Estos niños ricos no saben lo que es divertirse- pensó, volvió a mirarse en el espejo y se dio cuenta de que ella lucía poco más falsa que sus pupilos de la universidad, era tarde, guardo la pulsera y se limpió las ligrimillas que estaba a punto de arruinar el maquillaje en el que había gastado mucho tiempo.

Salió de su recámara y apago la luz, un par de minutos después, la luz se encendió y Aura entró corriendo por el abrigo que había olvidado sobre la cama, la imagen la contemplaba desde el espejo, era la misma que algunos años atrás peinaba sus trencitas en el mismo lugar, se puso el abrigo, limpió el rimel que rodaba por sus mejillas y volvió a mirarse de perfil, lucía muy bien, seguramente dejaría a sus amigas con la boca abierta.