Hacía seis años que no se veían, cuando Marina atravesó la puerta de llegadas del aeropuerto Lidia la esperaba con su rebozo de bolitas agarrado a los hombros.
La última vez había sido el funeral de su padre, en aquella ocasión fue Lidia la que llegó desconcertada al aeropuerto de Chicago con una valija café herencia de su madre, se abrazaron, del aeropuerto se fueron al cementerio, sepultaron las cenizas de su padre y al otro día Lidia llegó a México con la misma expresión de desconcierto con la que se había ido.
Ahora no había una muerte de por medio, Marina pidió sus vacaciones y había decidido que era tiempo de volver. Nada era igual, la gente hablaba diferente, se sentía extraña en su propio país; de camino a la vieja casa de su madre se dio cuenta de que las calles eran diferentes.
Entraron a la sala, le sorprendió ver que su hermana tenía los mismos muebles que cuando ella se fue con su padre a Estados Unidos, la casa era antigua y en el aire se respiraba humedad y tristeza.
- Debiste casarte, tener hijos, Aquí traigo las fotos de los míos mira, -sacó su celular y le enseñó a su hermana a dos jóvenes rubios que jamás podría presumir como sus sobrinos- George es el mayor y Daisy es la más chiquita.
Lidia miró la pantalla del celular sin prestar atención, aquella mujer de uñas pintadas y busto operado no se parecía en nada a su hermana Marina, la muchacha delgada de cabello lacio ojos grandes que la había dejado en aquella casa hacía tantos años.
- ¿Cuánto tiene que me fui?- le preguntó a Lidia mientras encendía un cigarrillo, con una sonrisa en el rostro
- Toda la vida
La voz de lidia contenía mucha amargura en su tono, le era difícil hacer a un lado los recuerdos de los últimos años que pasó al lado de su madre, sola, mientras su hermana y su padre buscaban una vida mejor al otro lado.
-¿porqué no te vienes con nosotros a vivir a Chicago?, la casa esta vieja, igual que tú… estas muy sola
Las palabras de Lidia sonaban como una broma agria, esa casa era lo único que le quedaba en la vida, era el lugar que guardaba sus años de juventud, todos y cada uno al lado de su madre, esperando que su padre y su hermana regresaran a seguir siendo la familia que habían sido.
Eso nunca pasó, puntualmente llegaba cada mes un sobre con dólares que Lidia cambiaba para las medicinas de su madre y los gastos de la casa, luego su madre murió y ella la sepultó sola y en silencio, el dinero seguía llegando pero las cartas que ella enviaba nunca las contestaban.
Un día llegó un sobre con más dinero de lo usual y dos días después llegó telegrama diciendo que su padre había muerto y que el dinero era para el boleto de avión y los trámites de la visa para que pudiera ir a despedirse.
Hizo los arreglos necesarios y se fue tratando de hallar a Marina con su vestido azul y sus ojos grandes esperándola. En vez de eso, encontró a una mujer robusta con pupilentes azules y el cabello teñido de amarillo que sujetaba en sus manos una cajita, dentro estaba su padre, ahora sabía que no volvería a verlo.
Ahora estaban las dos otra vez en la sala donde jugaban de niñas, sin nada en común, con la nostalgia atormentándolas de manera distinta.
La mirada de Marina se lleno de lágrimas cuando recorrió pared y se detuvo en una foto donde estaban las dos junto a sus padres.
-Te he extrañado mucho hermana
Lidia la miró esbozando la sonrisa más sincera que pudo
- Yo también, ojalá no te hubieras ido