Saturday, June 30, 2007
Presagio sobre la mesa
Carlos contemplaba la invariante caida de las gotas de lluvia a través de la ventana, tan rápido que le alentaban el ritmo del corazón, estaba sentado con las manos recargadas en la mesa, recordando el día en que llevó al pequeño Hugo a ver un partido del América por primera vez.
Cuando Hugo nació Carlos se sintió un hombre completo, después de tres hijas, por fin llegaba a su vida el hijo varón que había anhelado toda su vida, sin duda sería un gran futbolista.
Lo llevaba a entrenar religiosamente cada domingo, lo veía correr y lo había visto convertirse en un hombre de piernas firmes. El día en que Hugo le dijo que no jugaría de manera profesional algo se quebró dentro de Carlos, esa tarde discutieron tanto que la vena de su frente se hizo tan notoria que todos en la casa creyeron que estallaría.
Un pinche diseñador, su hijo quería dedicarse a dibujar pendejadas para vivir, en vez de ganarse el pan con algo que le exigiera algún esfuerzo, esa es una carrera para buenos para nada, vagos que no tienen que hacer y que no tienen obligaciones, no, el no iba a solapar esas tarugadas, si quería que buscara un trabajo y que se pagara la dichosa licenciatura.
Días después de la discusión Hugo consiguió un empleo por las noches, todos los días salía de la casa a las cinco de la tarde y regresaba hasta la mañana siguiente, estudiaba por las tardes y de noche trabajaba en un bar.
Nora, su madre se preocupaba mucho, todas las noches se encargaba de administrarle una dosis de culpa a Carlos, nunca surtía efecto alguno él permanecía inmóvil frente al televisor mientras Nora le recitaba uno a uno los peligros de trabajar de noche.
Ahora era distinto, no era culpa, era un presentimiento, Hugo había dejado del todo el fútbol, nunca estaba en la casa y cada vez se alejaba más de ser el hombre que su padre había soñado desde que estaba en el vientre de Nora, se vestía diferente, hablaba distinto y era incapaz de sostenerle la mirada a su padre, algo estaba pasando.
La lluvia caía afuera y sobre la mesa estaban las manos de Carlos sosteniendo una hoja doblada en cuatro, la vena de su frente resaltaba en su rostro aun más que su prominente bigote, algo terrible debía decir esa nota.
La lluvia no impidió que desde la ventana se viera la reja de la casa, del otro lado estaba Hugo con otro joven, se abrazaron y abrió la puerta despacio tratando de no hacer ruido, él, el otro lo tomo por el torso y le dio un beso en los labios, Hugo lo empujo y cerro la reja, acto seguido cruzo el patio con una sonrisa en el rostro, era una sonrisa igual a la que de niño se le dibujaba cada vez que el América anotaba un gol.
Carlos desdobló el papel, lo puso sobre la mesa, se levanto y encendió la televisión para ver el fútbol. Hugo entró sigiloso y justo cuando atravesó el corredor su padre lo llamó desde la sala, y le pidió que se sentara a ver con él el partido.
-como cuando eras chiquito-, le dijo.
Se sentaron a ver el partido y sobre la mesa descansaba la nota
"nos vemos en el lugar de siempre, te amo...
José"
Cuando Hugo nació Carlos se sintió un hombre completo, después de tres hijas, por fin llegaba a su vida el hijo varón que había anhelado toda su vida, sin duda sería un gran futbolista.
Lo llevaba a entrenar religiosamente cada domingo, lo veía correr y lo había visto convertirse en un hombre de piernas firmes. El día en que Hugo le dijo que no jugaría de manera profesional algo se quebró dentro de Carlos, esa tarde discutieron tanto que la vena de su frente se hizo tan notoria que todos en la casa creyeron que estallaría.
Un pinche diseñador, su hijo quería dedicarse a dibujar pendejadas para vivir, en vez de ganarse el pan con algo que le exigiera algún esfuerzo, esa es una carrera para buenos para nada, vagos que no tienen que hacer y que no tienen obligaciones, no, el no iba a solapar esas tarugadas, si quería que buscara un trabajo y que se pagara la dichosa licenciatura.
Días después de la discusión Hugo consiguió un empleo por las noches, todos los días salía de la casa a las cinco de la tarde y regresaba hasta la mañana siguiente, estudiaba por las tardes y de noche trabajaba en un bar.
Nora, su madre se preocupaba mucho, todas las noches se encargaba de administrarle una dosis de culpa a Carlos, nunca surtía efecto alguno él permanecía inmóvil frente al televisor mientras Nora le recitaba uno a uno los peligros de trabajar de noche.
Ahora era distinto, no era culpa, era un presentimiento, Hugo había dejado del todo el fútbol, nunca estaba en la casa y cada vez se alejaba más de ser el hombre que su padre había soñado desde que estaba en el vientre de Nora, se vestía diferente, hablaba distinto y era incapaz de sostenerle la mirada a su padre, algo estaba pasando.
La lluvia caía afuera y sobre la mesa estaban las manos de Carlos sosteniendo una hoja doblada en cuatro, la vena de su frente resaltaba en su rostro aun más que su prominente bigote, algo terrible debía decir esa nota.
La lluvia no impidió que desde la ventana se viera la reja de la casa, del otro lado estaba Hugo con otro joven, se abrazaron y abrió la puerta despacio tratando de no hacer ruido, él, el otro lo tomo por el torso y le dio un beso en los labios, Hugo lo empujo y cerro la reja, acto seguido cruzo el patio con una sonrisa en el rostro, era una sonrisa igual a la que de niño se le dibujaba cada vez que el América anotaba un gol.
Carlos desdobló el papel, lo puso sobre la mesa, se levanto y encendió la televisión para ver el fútbol. Hugo entró sigiloso y justo cuando atravesó el corredor su padre lo llamó desde la sala, y le pidió que se sentara a ver con él el partido.
-como cuando eras chiquito-, le dijo.
Se sentaron a ver el partido y sobre la mesa descansaba la nota
"nos vemos en el lugar de siempre, te amo...
José"
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