Wednesday, May 16, 2007

A punto de junio

A punto de junio, la vida parecía caminar más rápido de lo normal, Amalia entró al gabinete apurada entrecerrando los ojos, las lagrimas estaban a un segundo de caer de sus pestañas embadurnadas de rimel, afuera su esposo había tenido la brillante idea de decirle que ya estaba muy gorda como para ordenar pastel, el mesero se retiró y Amalia corrió al baño. Feliz aniversario, otra vez la vida se escurría muy deprisa.

Sentada sobre la tapa del baño, comenzó a tentarse el torso, era aguado, maleable, divertido, no recordaba cuando era la última vez que había hecho abdominales, quizá cuando nació Julián, pero de eso ya hacían dieciséis años, el tiempo se seguía escapando a gotas como el agua que caía del tubo del excusado.

Enjugó las lágrimas en dos cuadritos de papel que cortó del despachador, los dobló despacito y luego comenzó a limpiarse el rostro, el rimel se había corrido, ahora era una mujer gorda y chillona sentada sobre la taza del baño del vips mientras su esposo perdía la paciencia devorando un pastel de seis chocolates.

Todo por un pastel, como si el antojo tuviera la culpa de los últimos veinte años, como si mágicamente se borraran los tragos amargos simplemente con ordenar una gelatina verde e insípida de postre, hasta esa posibilidad era digna de considerarse. El ruido en el baño creció y Amalia salió del gabinete con el papel ennegrecido en la mano.

Se miró al espejo, le sorprendió encontrarse bella pese a los años, las estrías, las arrugas, se sabía bella porque su figura redonda la dotaba de un aire cálido y confortable, era hermosa de la manera más rara y más común.

Salió del baño, caminó hasta la mesa en donde su marido la esperaba con la cuenta en la mano y le dijo:

- Feliz aniversario, mañana voy a pedirte el divorcio- Era tiempo de beberse la vida para que dejara de escurrir.

Monday, May 07, 2007

Despegar las alas del piso


Cuando al fin puedes volar tienes que ver la vida a través de una ventanilla... es duro darte cuenta de que las alas no son tuyas

PIÑA

Amanda vio la piña entera recién pelada sobre la mesa y no pudo resistirse a cortarle un trozo y morderlo, sintió como los labios se le mojaban del jugo ambarino y la lengua se le erizaba con el sabor agridulce.

La sensación que le producía la piña en la boca le recordaba su infancia: una mesa llena de fruta fresca y a su abuela materna exprimiendo naranjas para el jugo de su abuelo, mesa de donde ella secretamente, robaba un trozo de piña para comerla sentada en el pasto con los pollos de sus abuelos rondando y amenazándola con despojarla del botín.

Le recordaba también el primer dolor de gastritis que le había dado una mañana que, sin haber comido nada en dos días, se bebió un litro entero de jugo de piña, ese día pasó toda la tarde tumbada en el pasto de las islas de Ciudad Universitaria viendo transitar a las nubes, envidiándolas mientras se retorcía ante el ardor en la boca del estómago.

Costa Rica es de los primeros productores de piña a nivel mundial, ese recuerdo le asentaba una sonrisa en los labios. Hacía años que había decidido que Tiquicia sería el próximo sello de su pasaporte, sin embargo llevaba ya varios sellos y ninguno se lo habían puesto en el aeropuerto de San José.

La vida da vueltas extrañas e inesperadas, la vida era para Amanda un regalo para disfrutar y no un problema por resolver, era una decisión que había tomado y cumplirla costaba trabajo día a día pero ella despertaba siempre con ese pensamiento en la mente. Para cuando llegaba de noche a su casa cansada del trabajo, el pensamiento se esfumaba pero al otro día se encargaba de aparecer travieso entre las sábanas.

Esa tarde mientras comía piña sonó el teléfono, Amanda levantó la bocina, del otro lado estaba una voz familiar que le hablaba con acento centroamericano. O todavía quedaban coincidencias buenas o ella había recuperado el don de llamar a la gente con el pensamiento, esta vez habría sido de manera inconsciente pues tenía muchas cosas de qué hablar y el no saber por dónde empezar había postergado esa llamada durante meses.

Cuarenta y cinco minutos de risas, explicaciones confusas y lágrimas, cuando colgó se percató de que se había terminado la piña, ahora sentía un gran vacío en el estómago que poco tenía que ver con la gastritis.

Fue otra tarde de envidiar el movimiento de las nubes, hubiera deseado poder subirse en alguna, aterrizar en un campo lleno de piñas y comer hasta que el vacío se convirtiera en ardor o en una sensación que pudiera atribuirle a algo más que a su nostalgia. Habría sido una acción cobarde, si de algo estaba segura esa tarde es de que la vida debe disfrutarse, aun no era el momento de moverse con las nubes, era momento de comprar otra piña y ver si resistiría la tentación de comérsela.