La mujer viste a Jacqueline con minifalda rosa, blusa blanca de tirantitos y zapatos con diamantina plateada, cualquiera diría que es una corista pero su mirada tierna y sus rodillas regordetas la delatan, sólo tiene 4 años.
Es tarde, la mujer carga bolsas llenas de mercancía para vender.
Jacqueline es de piel de leche y cabello rubio, tiene chapitas y le gusta sonreír, tiene la mirada despierta, los ojos claros.
La mujer tiene piel de canela, es más bien gordita, con pasos pesados y rostro cansado.
El vagón va lleno, una señora se levanta de su asiento, Jacqueline corre, se sube como si tratara de escalar una montaña, logra sentarse con dificultad.
Su madre de bronce la mira, piensa que le duelen las piernas, piensa que Jacqueline es muy grande ya para cargarla, se sostiene del tubo, se recarga, la temperatura pareciera convertirla en un gran trozo de chocolate que se derrite con el contacto.
Al otro lado del vagón una niña de mirada ausente sostiene una muñeca de pelo rizado y rubio, Jacqueline no puede dejar de verla, a su lado se desocupa un asiento, Jacqueline hace por bajarse para cambiar de lugar, su madre le hace señas de que permanezca sentada.
La mujer arrastra las bolsas y se sienta, van a dar las tres, van hasta la terminal observatorio, faltarán diez minutos a lo menos, los párpados le pesan, cierra los ojos.
Jacqueline no puede dejar de ver la muñeca, pierde atención a la pequeña bolsa que trae sobre el regazo, la pone a un lado y abre ligeramente sus piernas tiernas.
El hombre de enfrente no puede dejar de mirarla, imagina su tenue respiración y la humedad que despiden sus poros por el calor en el vagón. Frunce el seño cada vez que el vagón se llena, sonríe cuando queda semi vacío.
La anciana al lado de Jacqueline se da cuenta, no dice nada, se enoja porque las miradas del hombre hacen pesado el ambiente; pero tiene miedo, la gente en estos tiempos está muy loca, regresa a su lectura, en el encabezado del diario: ¨mujer prostituía a su hija de cuatro años¨.
Jacqueline tiene calor, se sujeta el pelo con una liga con estrellas, en la maniobra resbalan los pequeños tirantes blancos dejándole los hombros descubiertos, el hombre al otro lado se muerde los labios.
No deja de mirarla, no deja de tratar de imaginar el aroma de sus cabellos rubios, como los de la muñeca de la niña con mirada ausente.
Suena el timbre para cerrar las puertas, están en Chapultepec, el hombre debía bajar en Sevilla, reacciona, se levanta de su asiento, ¨vamos hija¨, toma a la niña de mirada triste y baja del tren, se cierran las puertas, Jacqueline agita su mano y se despide de la muñeca, la niña la mira desde afuera mientras el hombre la sujeta de la mano.
Es tarde, la mujer carga bolsas llenas de mercancía para vender.
Jacqueline es de piel de leche y cabello rubio, tiene chapitas y le gusta sonreír, tiene la mirada despierta, los ojos claros.
La mujer tiene piel de canela, es más bien gordita, con pasos pesados y rostro cansado.
El vagón va lleno, una señora se levanta de su asiento, Jacqueline corre, se sube como si tratara de escalar una montaña, logra sentarse con dificultad.
Su madre de bronce la mira, piensa que le duelen las piernas, piensa que Jacqueline es muy grande ya para cargarla, se sostiene del tubo, se recarga, la temperatura pareciera convertirla en un gran trozo de chocolate que se derrite con el contacto.
Al otro lado del vagón una niña de mirada ausente sostiene una muñeca de pelo rizado y rubio, Jacqueline no puede dejar de verla, a su lado se desocupa un asiento, Jacqueline hace por bajarse para cambiar de lugar, su madre le hace señas de que permanezca sentada.
La mujer arrastra las bolsas y se sienta, van a dar las tres, van hasta la terminal observatorio, faltarán diez minutos a lo menos, los párpados le pesan, cierra los ojos.
Jacqueline no puede dejar de ver la muñeca, pierde atención a la pequeña bolsa que trae sobre el regazo, la pone a un lado y abre ligeramente sus piernas tiernas.
El hombre de enfrente no puede dejar de mirarla, imagina su tenue respiración y la humedad que despiden sus poros por el calor en el vagón. Frunce el seño cada vez que el vagón se llena, sonríe cuando queda semi vacío.
La anciana al lado de Jacqueline se da cuenta, no dice nada, se enoja porque las miradas del hombre hacen pesado el ambiente; pero tiene miedo, la gente en estos tiempos está muy loca, regresa a su lectura, en el encabezado del diario: ¨mujer prostituía a su hija de cuatro años¨.
Jacqueline tiene calor, se sujeta el pelo con una liga con estrellas, en la maniobra resbalan los pequeños tirantes blancos dejándole los hombros descubiertos, el hombre al otro lado se muerde los labios.
No deja de mirarla, no deja de tratar de imaginar el aroma de sus cabellos rubios, como los de la muñeca de la niña con mirada ausente.
Suena el timbre para cerrar las puertas, están en Chapultepec, el hombre debía bajar en Sevilla, reacciona, se levanta de su asiento, ¨vamos hija¨, toma a la niña de mirada triste y baja del tren, se cierran las puertas, Jacqueline agita su mano y se despide de la muñeca, la niña la mira desde afuera mientras el hombre la sujeta de la mano.