Friday, December 05, 2008

Un adolescente

Final alterno para el cuento homónimo de Orgambide
... como hipnotizados, sus padres miraban la pantalla. Raúl miraba sin ver; veía la colina verde frente al río, el vestido rojo de Amelia y las palomas, olvidó las imágenes de sus padres en ese momento, en un instante, su padre volvió a ser el mismo hombre que aún cuando contemplaba la televisión como enajenado tenía mirada de sabio.
Su madre esbozaba una sonrisa igual a la de cuando era niño y limpiaba las heridas de sus rodillas ocasionadas por saltar desde algún columpio en movimiento.
Quería regresar a ese tiempo, donde todo era juego y la vida transcurría lenta, el día se multiplicaba y se medía en eternas batallas con bombas de lodo en el patio trasero. Batallas sencillas, era más simple vencer a sus compañeros de juego que a una mujer enfundada en un vestido rojo recorriéndole el cuerpo con las manos heladas.
Se vio a sí mismo de pie en esa habitación a media luz, Amelia, con su mirada adormilada y la piel fría trataba de encender esa parte de su cuerpo que algunas noches lo despertaba inundado en medio de sudores helados y respiraciones hirvientes.
No sucedía nada, Amelía trató de acariciarlo de maneras vulgares, repentinas e incluso tiernas, pero Raúl permanecía de pie, su cuerpo no reaccionaba al contacto de la mujer, sus mejillas comenzaron a sonrojarse y un sudor tímido se le asomaba por la frente.
Ella cambió de táctica, lo desnudó y acto seguido se desprendió del vestido rojo; Raúl, muy nervioso para disfrutar el momento, se echó a llorar, se sentó en la cama y abrazó las almohadas de satín blanco.
La desnudez había proveído a Amelia de un aspecto cálido, Raúl notó en su piel los estragos del tiempo, los pechos un tanto flácidos, distintos a los de las mujeres de las revistas, las piernas con líneas que reconocía sólo de la imagen de su madre bañándolo en la regadera a los cuatro años.
Amelia se recostó junto a él y comenzó a acariciarlo, no con el ánimo de encender su deseo de escolapio reprimido, sino de calmar la impotencia que el cuerpo desnudo de Raúl transpiraba por los poros.
Una vez que se calmó se levantó de la cama, se miró en el espejo frente y la impotencia le regresó, la imagen que contemplaba de frente no era la de un hombre avergonzado de no disfrutar del cuerpo de una mujer, había un niño.
Mientras recordaba esos momentos cayó en cuenta: no estaba listo para irse de casa, no porque no pudiera mantenerse sólo, sino porque simplemente no quería, descubrió que ese niño que lo miraba al otro lado del espejo era él mismo aunque con ropa pareciera ya un hombre.
Raúl entendió que seguía sin saber cuándo se convertiría en adulto, pero tenía muy claro que no tenía prisa.

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